Una de las artesanías más ilustres de Puebla es la cerámica de Talavera, cuya técnica y calidad han sido reconocidas a través de un certificado de Denominación de Origen. Las técnicas y estilo decorativo fueron introducidas por los españoles en el siglo XVI, pero con los años, los artesanos de la ciudad dieron a la Talavera un sello distintivo que todavía hoy es reconocible como artículo de lujo, tanto en las fachadas de palacios y mansiones en la ciudad de Puebla, como en otro edificio ilustre del país, la llamada Casa de los Azulejos, en la ciudad de México, que hoy alberga un famoso restaurante.
Sin embargo, la tradición de la cerámica poblana como producto de lujo es mucho más antigua que la técnica española de Talavera.
Hace un par de miles de años, los artesanos indígenas de la región de Puebla, desarrollaron un estilo pictórico que pronto se hizo famoso en el mundo prehispánico por su calidad minuciosa y su colorido. Con ese estilo, los artesanos pintaron no solamente vasijas y muros de palacios y templos, sino también los llamados “códices”, preciosos libros de corteza de árbol de amate que hoy en día constituyen tesoros inapreciables que custodian celosamente las bibliotecas de París, Londres o Madrid, por poner tres ejemplos.
Puesto que los códices son el ejemplo más delicado de la habilidad de estos ancestros poblanos, se ha llamado a su manera decorativa “estilo códice”, aunque de hecho fue mucho más frecuente en cerámica y en pintura mural.
En el antiguo México, los platos y los vasos no solo tenían un valor funcional, sino decorativo y documental. Se sabe, por ejemplo, que en el área maya, los pintores de vasos alcanzaron tanta fama que, por lo que sabemos hasta ahora, eran los únicos artistas prehispánicos que firmaban con su nombre, como más tarde lo harían los artistas del Renacimiento europeo. La pintura en los vasos servía para documentar hechos históricos, biografías y fechas importantes. Poseer un vaso o plato pintado era una muestra de poder y riqueza, y poseer un vaso o un plato pintado en Cholula lo era doblemente.
Cuando los aztecas se establecieron en el centro de México, y más tarde se extendieron imperialmente por el resto del país, se volvió indispensable para sus gobernantes adquirir muestras de prestigio y riqueza. La cerámica producida en Cholula y pintada por sus artesanos con motivos simbólicos, decorativos y religiosos, se convirtió entonces en una forma a través de la cual los emperadores aztecas marcaban su superioridad. Sólo el emperador azteca y la nobleza a su alrededor tenían derecho a comer en vajilla cholulteca, del mismo modo en que solamente ellos podían utilizar cierto número de adornos de oro y jade.
La vajilla del emperador Moctezuma II, por ejemplo, era siempre nueva, y se desechaba después de que la había utilizado una sola vez. Todos los días, mientras algunos de sus mensajeros viajaban a la costa por pescado fresco, otros estaban destinados a llevar la exclusiva vajilla desde Cholula hasta la mesa del emperador.
Tanto el Museo Amparo de Puebla, como el Museo Nacional de Antropología en la Ciudad de México, conservan importantes colecciones de cerámica cholulteca cuya belleza, a pesar de los años, sigue deslumbrando por su colorido y la densidad de detalles simbólicos y decorativos. Hoy en día abundan talleres y fábricas de talavera en Puebla. En muchos de los cuales, se agendan visitas y recorridos para conocer a fondo su belleza y las técnicas laboriosas de tradición.